Ha muerto María Elena Walsh. A todos los argentinos de mi generación, y a muchos otros latinoamericanos también, nos invade una gran nostalgia. Volvemos a escuchar sus canciones, las vemos en videitos de YouTube y los compartimos en Facebook. En Twitter, la noticia de su muerte y los comentarios ad hoc se transformaron rápidamente en "trendic topic" mundial... Esto habla de un cambio importante en nuestro mundo y en nuestras comunicaciones: los que en la infancia escuchábamos canciones en disco y después en cassette, y el resto era pura imaginación; ya estamos insertos en el mundo de la imagen, en la vigencia de lo digital, y enredados en las redes sociales. ¿"Residentes digitales"? Interesante tema como para hacer un análisis sociológico-generacional, que no haré en este momento.
Lo insólito del caso, es que esta gran mujer, poeta y cantante, sólo dedicó algunos años a la poesía y a la música infantil, pero su obra rebasa totalmente lo que conocimos en la infancia, y que muchos siguen transfiriendo a sus hijos y nietos. Una vez más se demuestra que existe en nosotros una tendencia reduccionista con las personas: las etiquetamos con un solo aspecto de su vida, y con eso nos quedamos tan tranquilos, porque nos evita el trabajo de conocer la complejidad de su vida.
En mi caso, a partir de su muerte me quedé pensando sobre todo en el uso "pedagógico" de sus canciones. Convengamos en que, desde hace 40 años, María Elena le ha simplificado mucho la vida a las maestras jardineras latinoamericanas, y a muchos maestros de primaria también. La enseñanza y audición de sus canciones en la escuela, se usó como "moraleja" para que los alumnos aprendieran de manera lúdica una "gran verdad" que era difícil de justificar por medio del discurso.
"El brujito de Bulubú" por ejemplo, enseña sobre la importancia de darse las vacunas y busca mostrar al Doctor como el héroe de la historia y no como alguien temido. Nótese que el único que "lloró, pateó y mordió cuando el médico lo pinchó" fue el brujito de Bulubú, el malo de la historia.
Pero esta utilización de sus canciones se daba en particular en lo relacionado con la importancia social de la escuela. Por ejemplo, "la vaca estudiosa" terminó siendo la única sabia de Humahuaca, ¿por qué? Por "rumiar la lección" en un rincón, donde la tenían castigada por ser distinta al resto. Los chicos de Humahuaca se transformaron en burros, ¿por qué? Por divertirse en el colegio en lugar de leer y estudiar. Estos conceptos dan una idea de los propósitos de la escuela y de lo que "conviene" hacer en ella, y esto era muy beneficioso para los docentes que buscaban afirmar su autoridad frente a los niños, aburridos de tanta lección y tan poco juego.
Sin embargo, la gran gracia de sus canciones, y a mi modo de entender, la clave de su éxito con los niños, es el recurso imaginativo y animista, que da vida a los objetos, los hace relacionarse entre sí, busca rimas basadas en sus nombres (cangrejo viejo, sirena buena) o describe sus características (nuez arrugada, colador con sed, etc.). Es parecido al logro reciente de "31 minutos" de Chile, que con ideas simples e historias que dan vida a los objetos, logra encantar a los chicos de esta generación.
Pero es más: hace dos años, María Elena concedió una entrevista. Dicen que rara vez lo hacía, y seguramente haya sido la última que dio en su vida. En ella, cuando habla sobre esa etapa de su vida (la década en que era "cuarentona" como yo ahora) en que cantaba a los niños, dice con respecto a la posibilidad de enseñar moralejas con sus canciones:
"...siempre contradije la ocurrencia de que con la poesía o con el arte o las letras de las canciones se podía modificar a las personas, inculcarles algo, ser docentes. Nunca me sentí atraída por ideas como ésa. Y eso se ve en mis trabajos para chicos, en donde alcanza con usar un lenguaje rico y que los versos estén bien medidos para cumplir con la “docencia”. Nunca pensé que hiciera falta agregar moraleja al final de una canción ni decirles a los nenes que se porten bien. Nunca me interesó ponerme en el papel de madre".
Esta falta de interés de MEW en usar las canciones o poesías como enseñanza, se condice con el sarcasmo acerca de las moralejas: escuchen por ejemplo el final de la canción del perro salchicha.
Esto afirma una idea importante: el "uso pedagógico" que se hizo de sus canciones en este sentido, no fue más que un abuso de nuestros educadores. Hay que entenderlos: no es fácil justificar la escuela y sus métodos frente a mentes inocentes que no comprenden por qué deben aburrirse para "cumplir con el deber" y "ser buenos niños que se portan bien", dejando así contentos a los adultos. La crisis de la escuela como institución formadora se viene arrastrando desde hace varias décadas, y esto está demostrado mundialmente por la necesidad de hacerla obligatoria para que funcione.
Pero volviendo a MEW, también se revela en sus canciones esa mujer disidente, que en los años '70 de la Argentina en dictadura, hace aparecer a los reyes robando una naranja, que era la amiga del protagonista (Twist del Mono Liso) y a un coronel que se llevan preso por lastimar a la mermelada (Canción de tomar el té). También, aparece un ladrón que es vigilante y otro ladrón que es juez (Canción del Reino del revés).
Así, denuncia crudas realidades nacionales en simpáticas canciones infantiles, y eso sí que es pedagógico: advertir a los niños sobre el mundo al cual llegaron. En fin, creo que toda la invitación de sus canciones hacia los niños, se podría resumir en una sola frase: "¡Vamos a ver cómo es, el Reino del revés!".