martes, 7 de abril de 2009

Segundo esguince

Parece que es cierto que no hay 1 sin 2, 2 sin 3... bueno, dejémoslo ahí por las dudas.
Hace un mes y 9 días me esguincé el tobillo izquierdo. Fue mi primer esguince de la vida, a pesar de que siempre fui atolondrada, bruta y descuidada. Tuve que venir a México para que una simple caída se tranformara en cuadro clínico.
Pues no me alcanzó, parece.

Este domingo iba feliz al concierto de "El Mesías" de Händel, interpretado por la filarmónica de la UNAM, en el paraíso cultural que describí en el post anterior. Había recibido como regalo el póster de invitación dos semanas antes cuando fui a otro concierto en la misma sala, había comprado la entrada con una semana de anticipación, había salido temprano de casa con sandwichitos y agua mineral en la mochila, había llevado el MP3 con pilas nuevas para grabar el concierto... estaba totalmente preparada. Tan pero tan preparada, que no podía ser.

En el transporte interno de Ciudad Universitaria, que tiene 10 recorridos distintos porque es una verdadera ciudad ahí adentro, iba sentada en la primera fila, atrás del chofer. Como el mismo había puesto en la radio unos sonidos semejantes a lo que se denomina "música electrónica", me saqué los auriculares del MP3 donde venía escuchando a Cacho Tirao, porque era inútil intentar disfrutarlo con esos sonidos molestos de fondo. Enrollé cuidadosamente el cablecito, me incorporé hacia la mochila (apoyada en el piso) para guardarlo, y justo cuando estoy con las dos manos en la mochila e inclinada hacia adelante, el taradito del chofer frena como si se acabara el mundo adelante del colectivo. Imposible sostenerme, atajarme, aminorar el impacto. Mi cara fue directamente contra un fierro horizontal que pasaba por detrás de su asiento. Más exactamente, mi nariz. Escuché el típico "crack" de las fracturas. Pero después recordé que cuando me quebré el tabique en el año 94, por hacerle un chiste estúpido a una amiga, el crack había retumbado mucho más fuerte dentro de mi cabeza. También el dolor había sido más insoportable. No, no era una fractura.
Puteando internamente al empleado, que seguía acelerando como un loco y esquivando a los domingueros que van a C.U. a andar en bicicleta o en skate, saqué de mi mochila la botellita de agua que había estado en el refrigerador, y que aún conservaba algo de frío. Me la apoyé de un lado y otro de la nariz, en forma vertical. Supongo que algo me aliviaba.

Llegamos a la zona cultural, donde debía bajarme para ir al concierto. Me acerqué al colectivero y con toda mi rabia le pregunté "¿Por qué frenaste como un anormal? Casi nos matas a todos!". "¿Qué, se lastimó?" "Pero cómo no me voy a lastimar, si salimos todos volando hacia adelante!". El taradito, asustado, me dijo que si quería me llevaba al servicio de salud. Yo me senté y lo pensé, evaluando la situación. Me quedaba una hora antes del comienzo del concierto. Podía pasar por una cafetería que hay enfrente de la sala, y pedir un poco de hielo. O podía irme a que me vieran y tal vez me darían un antiinflamatorio o algo mejor que un poco de hielo.
Le pregunté si tenía seguro y él me dijo que sí, que cubría todo. "Bueno, entonces vamos".
Mi impotencia, dolor y soledad brotaban de mis ojos a borbotones. No me daba cuenta en ese momento que eso sería peor, porque se me congestionaba la nariz y se me hinchaba más la cara, y eso después me traería más dolor. Pero necesitaba llorar un ratito.
Llegamos a la garita donde terminan casi todos los recorridos de C.U. Empezaron los trámites para el seguro. 25 minutos de datos, numeritos, llamadas, formularios. Me dijeron que ahora sí llamarían a la ambulancia, que enseguida vendría. Hicieron falta 35 minutos más para su llegada. La doctora me miró, me preguntó mi nombre (¿qué te importa?), y si había sangrado. A mi respuesta negativa, le dijo al camillero "no es fractura, es contusión". Y me hicieron subir a la ambulancia. Este último hizo todos los papeles, 10 minutos más. Mientras, la doctora me daba charla, con cualquier tema. Después el camillero, claramente quien daba las órdenes, me hizo acostar en la camilla, me explicó adónde me llevarían ("me da lo mismo, no conozco nada"), y le dijo a la doctora que me pusiera los cinturones, esos que te amarran a la camilla. Me pareció todo muy exagerado, pero al fin, yo quería atención médica. Me dí cuenta que ya la había tenido, cuando la ambulancia arrancó, y la doctora le fue contando al camillero todas las estupideces que yo le había dicho en esos 10 minutos. Pensé "están aburridísimos estos tipos", pero no podía negar que la médica me había prestado atención.
Saqué un par de fotos para el recuerdo, a mis piernas atrapadas en la camilla y a la puerta de la ambulancia, ya que era mi primer viaje en una de éstas, como paciente. El año pasado había sido mi primer y emocionante traslado, como acompañante de mi papá, pero ahora era a mí a quien llevaban (hay que entender que era un sueño desde mi infancia). No pusieron sirena, porque hubiera sido una verdadera exageración, pero al menos íbamos por el carril exclusivo para emergencias. Así y todo, tardamos 30 minutos en llegar al sanatorio "Montes de Oca", con el cual el seguro de los colectivos tenía convenio.

Lo más emocionante llegó en este momento: me sentí dentro de un capítulo de E.R. cuando la doctora de la ambulancia le recitó a la médica de turno, mientras yo miraba desde la camilla: "Paciente de sexo femenino, de 38 años, presenta golpe en la cara, sin sagrado, sin pérdida del conocimiento, experimenta mareos, refiere el dolor en 3, no es diabética, no tiene alergias ni hipertensión, presenta antigua fractura de tabique, parece contusión".

Después de esto, me atendió una simpática y joven doctora, que tuvo que llenar una ficha con datos desde mis tatarabuelos, antecedentes médicos de toda mi parentela, y mi propia historia clínica completa. Después de todo eso vino un radiólogo que me sacó 8 placas, y 3 de ellas hubo que repetirlas porque venían, supuestamente de fábrica, usadas. Fue cómico cuando el tipo estaba viendo mis placas recién reveladas y exclamó "¿Qué es esto? ¿El monstruo de dos cabezas?". Pero no, era yo y otro tipo, con nuestras cabezas en diferentes posiciones.
Cuando al fin me volvió a ver la doctora, con radiografías en mano, me dijo que se veía mi antigua fractura de tabique, que tenía los cornetes de la nariz inflamados, que el cráneo estaba intacto y que tenía esguince cervical.

Conclusión: collarín en el cuello por 7 días, nada de ejercicio ni esfuerzos, comida sana y nada ácido para mi pancita, y 3 remedios distintos: uno cada 8 horas, otro cada 12 y el tercero cada 24. Ah, y hielo en la nariz cada 4 hrs. Salí del sanatorio justo 3 horas después de haberme golpeado, me perdí el concierto y volví a mi casa parada en el metro, después de haber entrado acostada en camilla a la clínica. Todo muy ridículo.

En resumen: mi semana santa para conocer méxico, pasear y sacar fotos, se esfumó en un instante. Llegó mi segundo esguince, también en México, también sola, también sin mi experta kinesióloga Andrea para ayudarme en la recuperación.
Pero estoy viva y entera... y aún lúcida como para poder contarlo. Siempre se aprende algo.

Aprendizajes que comparto:
  • Viajando en colectivo con un loco al volante, nunca descanses ni bajes tus brazos.
  • Cuando te golpees la nariz no llores, después te vas a arrepentir.
  • Si te golpeas y el transporte tiene seguro, úsalo porque no sabes qué secuelas tendrán tus golpes.
  • Si haces uso de un seguro de viajero, olvídate de asistir a tu concierto.
  • No creas cada vez que te digan "la ambulancia ya viene". Mejor respira hondo y espera con paciencia.
  • Los camilleros que conducen ambulancias, nunca viajaron acostados atrás ni les dolió nada.
  • Accidentarse un domingo es muy recomendable, ya que en la clínica te atenderán apenas llegues.
  • Los sandwichitos comidos en la sala de radiografías, son siempre más ricos que en otra parte.
  • Si después de dos días te duelen las clavículas, es de tanto intentar mirar hacia abajo con el collarín. Es mejor imaginar tus pies que intentar verlos.

No hay comentarios: