domingo, 5 de abril de 2009

¿Ir al cine o ingresar a una multinacional?

Hace unos días fui al cine en la Ciudad Universitaria de la UNAM, que en su zona cultural tiene varias salas de concierto, algunas de teatro, otras de danza, varios cines, sala de exposiciones, librería, museos, auditorios, etc. Un universo de cultura a precios especiales para estudiantes... un verdadero lujo.
Pero esta vez, específicamente, fui al cine. Llegué primera, entré a la sala, y me sorprendí gratamente al ver que, aunque sus butacas eran modernas y cómodas, la estructura y estilo de la sala no era como las de las cadenas comerciales de cines, sino más tradicional. El característico pasillo central, los parlantes perpendiculares a la pared, la ventana superior donde ves al empleado que pasa la película, acceso a los baños desde la sala, presencia del acomodador con linternita y todo, y por último, que la función va igual aunque haya 2, 5 ó 9 personas en el público.

Todo esto me hizo recordar la época en que los cines eran cines, y no máquinas de hacer dinero. Les cuento a las nuevas generaciones, a riesgo de parecer una vieja melancólica, que no siempre ir al cine significó entrar a un centro comercial gigante, con 8 salas juntas, boleterías donde te hablan por micrófono, olorosos puestos de pop-corn de gigantes recipientes, 15 minutos de propaganda inicial, parlantes ensordecedores... No.

Hace 20 años y más, ir al cine era llegar a las 3 de la tarde del sábado y salir a las 7 u 8 de la noche, después de haber pagado una entrada y haber visto dos películas, con intervalos para ir al baño o al kiosco del hall central, en el cual sólo se vendían galletitas, turrones, caramelos, pastillas y chicles. Para tomar, las gaseosas se vendían en botellas de vidrio con pajita, que se devolvían en el mismo kiosco al salir. Las dos películas eran hábilmente combinadas, de manera que generalmente la primera era graciosa, cómica o de aventura (uno salía al intervalo con todo el ánimo), y la segunda solía ser romántica y/o con elementos dramáticos, de manera que uno salía movilizado y sonándose la nariz, pero no importaba porque afuera ya estaba oscuro, y porque después de toda una tarde en la que salías al hall central más de una vez y podías socializar, ya estabas en confianza con el resto de la gente que había visto la película: habías comentado la primera, y ahora podían llorar juntos por la segunda.

Los cines "Astro" y "Bristol" en Martínez, eran los más concurridos de la zona norte del gran Buenos Aires. Si uno quería viajar un poco en el 60, se iba a Cabildo y Congreso, donde había 2 ó 3 cines para elegir, o la tercera opción era ir a la calle Florida, si querías ir a chocarte con gente antes de entrar. También podías ir al económico cine "Don Bosco" en San Isidro, si querías ver películas para todo público, elegidas por los curas.
Pero en casi todos los barrios había un cine, que hoy se han transformado mayormente en iglesias de pastores autoerigidos. Algunos de los cines más importantes o mejor ubicados siguen existiendo, pero tuvieron que "modernizarse" para sobrevivir y ya no tienen la magia que murió a inicios de los '90, cuando aparecieron esos engendros multinacionales.

No vamos a caer en el fatalismo de decir con Calderón que "cualquiera tiempo pasado fue mejor", pero a veces se extrañan esos ritos sociales que le daban un sabor especial a la vida... esa época en que el público era público, y no un montón de extraños sentados en una sala sin mirarse nunca a los ojos.

1 comentario:

krasia may dijo...

Lamentablemente, todo se ha transformasdo en grupos de extraños convocados en un lugar por un rato determinado, fome, pero, son los desfortunios de la modernidad, sin duda no hay que decir que todo tiempo pasado fue mejor (creó que la gente, al fin se olvida de lo malo y solo recuerda de lo bueno) pero sin duda teniamos más animo de socializar por socializar.

Pst. no sabes cuanto te extraño!!!