domingo, 11 de enero de 2009

Del más acá y el más allá

Tras 15 días de visita familiar en mi natal Buenos Aires, un rato antes de partir, me senté al lado de mi papá con la intención de compartir con él los últimos momentos de mi estadía.
Como siempre, hasta último momento estoy haciendo cosas que tal vez debería haber hecho mucho antes. Esta vez por ejemplo, sólo un rato antes, había terminado de cambiarle los cables a una antigua lámpara de pie, para que mi viejo no se quedara pegado un día al encenderla.
Cuando me senté con él en los últimos minutos antes de subirme al avión que me llevaría a Chile, y 20 días después, a México por tres años, la tarea que me ocupaba consistía en pintarme las uñas de las manos.
De repente, tras cuatro segundos de silencio, y justo cuando yo bajaba la vista para controlar el pincelito en mi mano, papá me lanza la frase "Bueno, yo me voy". Haciéndome la desentendida lo corregí: "No, la que se va soy yo", como quien reacciona celoso para no perder protagonismo. Pero él, haciendo caso omiso de mi ansiedad por callarlo, insistió con la misma convicción: "No, yo me voy".
La pregunta era obligada: "¿A dónde vas, papá?". La respuesta, tajante: "Al más allá".

Fue la forma que encontró un padre para decirle a su hija, ya varios años fuera del país, que siente que su salud retrocede rápidamente, como avasallada por su fragilidad; y que necesita despedirse de ella ahora que puede, porque teme que la próxima vez sea demasiado tarde...
Yo entendí claramente el mensaje en sus escuetas palabras, seguidas por lágrimas de hombre valiente. Aunque en los primeros momentos quise aparentar normalidad, al seguir pintándome -temblorosamente- las uñas, unos instantes después dejé de lado la fútil ocupación para abrazarlo fuertemente.

Así, padre e hija sostuvieron la conversación más sincera, profunda y fructífera de toda su historia juntos. Y a pesar de la emoción incontrolable del momento de la despedida, al separarse ambos quedaron en paz, sabiendo que no manejan la vida y la muerte, pero que están preparados para afrontar lo que les toque a cada uno, y estuvieron de acuerdo en que lo verdaderamente importante es vivir con sentido, tanto la vida como la muerte.

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