jueves, 28 de mayo de 2009
Cultura, cultura...
martes, 26 de mayo de 2009
Latinoamérica: ¿Presente, pasado o futuro?
lunes, 25 de mayo de 2009
25 de mayo, nació un caballo...
Teniendo en cuenta que era joven, argentina, y que Uruguay se considera OTRO PAÍS -aunque tengamos una cultura común rioplatense- era un gran salto para mí, todo un cambio. A pesar de que en 6 horas de viaje podía estar en Buenos Aires, esto no era tan fácil, por lo económico, por los compromisos asumidos y los permisos necesarios, etc.
Entonces, los días como hoy, fiestas patrias en mi país natal, eran especiales. Me reunía con las dos argentinas que conocía, con quienes estudiaba filosofía allá, comíamos empanadas con vino, y lo más importante: cantábamos el Himno Nacional.
Pensar que cuando uno va al colegio, cantar el himno es lo más aburrido y sin sentido que hay, un acto mecánico impuesto por las autoridades, durante el cual buscás las mil maneras de entretenerte, haciendo cosas prohibidas y sancionadas por tus pobresores.
Pero cuando uno vive en otro país y llega una fecha así, escuchar la música del himno puede volverse la experiencia más emocionante del mes.
Hoy soy menos melancólica (creo), después de tantos años fuera del país y habiendo vivido en otros dos países latinoamericanos, pero un 25 de mayo, siempre es un 25 de mayo.
Update:
Acababa de publicar esto, cuando suena el teléfono y del otro lado del cable, mi madre en Buenos Aires me cuenta que está melancólica por la fecha patria, y que se acuerda con nostalgia de cuando me fue a visitar a Montevideo en esta fecha, hace 17 años, y un amigo argentino que cumplía años ese día, subió una banderita chiquita mientras nosotras cantábamos el himno... y que fue tan emocionante para ella estar en otro país un 25 de mayo y reunirse con argentinos, cantar el himno y subir la banderita...
En fin: Un recuerdo de mi amigo Jorge que yo no tenía presente en este momento... pero también, la demostración del origen de mi nostalgia patria...
viernes, 22 de mayo de 2009
Algunas anécdotas no relatadas de mi estancia en México
miércoles, 20 de mayo de 2009
Nacer o no nacer: ésa es mi cuestión
La llegada (El Regreso X)
lunes, 18 de mayo de 2009
sábado, 16 de mayo de 2009
Bienvenida de la burocracia chilena (El Regreso IX)
Los seres humanos somos muy básicos. Si nos satisfacen las necesidades primarias, nos olvidamos de todo. Así, los que en Mendoza reclamaban que la compañía debía compensarnos económicamente por el retraso y el percance, al comer y descansar un poco, se olvidaron de los ideales capitalistas de los derechos del consumidor y el ciudadano.
Antes de bajar del avión, ya en Santiago, se paró en medio de los asientos una enfervorizada pasajera, que casi gritando nos dijo que en el aeropuerto teníamos que manifestarnos y reclamar, “hacer oír nuestra voz”… que sería una vergüenza y tendríamos poca dignidad si no lo hacíamos, si dejábamos que una compañía aérea pensara que podía hacer lo que quería con nosotros… Varios manifestaron su acuerdo y aparentemente apoyaron la moción de que al bajar del avión nos reuniríamos para manifestarnos (frente a quién o para qué, nadie sabía, pero la idea rondaba entre el pedido de una indemnización y de una explicación, no quedaba del todo claro).
Pues lo que sucedió, fue el ser humano. El ser humano que al sentirse al fin en tierra chilena, comunicarse por celular con sus familiares y sentir la urgencia del pronto retorno al hogar… desapareció cada uno por su camino. Era de esperar. Yo hace tiempo que no creo en estos reclamos colectivos, donde nadie sabe quién lidera, para qué se hace, qué puede ganar cada uno, y sobre todo, a qué se arriesga. Todo queda siempre en la nada, porque nadie se compromete.
Mientras todos se metían en la fila para “chilenos” en Policía Internacional, y unos pocos honrados o tontos como yo, íbamos a la de extranjeros, el grupo se iba mezclando con los pasajeros de otros vuelos: de Brasil y de Francia, principalmente, que habían llegado a la misma hora. Obviamente la fila de chilenos avanzó mucho más rápidamente, y los avivados fueron enseguida a recoger su equipaje y desaparecer. Yo, que cargaba con María y con Botón, tuve que esperar a que ella hiciera todos los papeles de internación al país del animal, pagara en otra oficina los impuestos correspondientes por el ingreso del mismo, y completara su propia declaración de salud, que por tener pasaporte mexicano le hicieron llenar. A mí no, ya que con pasaporte argentino y pasaje desde Perú, no era sospechosa de porcina. Ironías de la burocracia.
Cuando al fin terminó su engorroso trámite, fuimos a recoger los equipajes. Yo mientras la esperaba, me imaginaba nuestras maletas girando y girando sin cesar por la cinta transportadora, únicas sin recoger aún. Cuando al fin llegamos al lugar, era peor: esa cinta ya traía maletas de otro vuelo, y las que quedaban del nuestro habían sido apartadas a un lado, y las custodiaba una empleada de la aerolínea. Entonces ¿adivinen qué? Por supuesto: faltaba mi maleta. La principal, porque la otra venía prácticamente vacía, para volver con cosas hacia México. Me llegó la vacía y no la llena. Le avisé a la empleada, casi resignada. Me querían entregar otra del mismo color, pero que claramente no era la mía. Fuimos a hacer los papeles de reclamo. María se desesperaba, sin poder creer que se perdiera el equipaje. No sabía de mi suerte habitual en este tipo de cosas. Yo le dije “tranquila, es la cuarta vez que me pasa esto, y siempre he recuperado la maleta”. Porque como dice chizz (lo estoy admitiendo al fin), yo tengo mala suerte, pero como digo yo (que lo reconozca chizz), en las cosas importantes no me pasa nada. O sea, pierdo las maletas, los vuelos, el pasaporte… pero todo lo recupero siempre -bueno, no siempre: de 8 veces que perdí el DNI, 3 no lo recuperé-. Por ejemplo: voy a estudiar a un país lejano, y antes de cumplir los 3 meses allí, se desata una epidemia de las más infecciosas de la historia, justo en ese país y en la ciudad donde vivo… pero yo salgo de allí sana y salva. Y así en todas las cosas. Soy una mujer muy afortunada en realidad.
Bueno, papeles de reclamo de por medio, nos fuimos. Pasamos por el control del Servicio Agrícola y Ganadero (SAG), de quienes tengo que avisarles desde ya a quienes vengan alguna vez a Chile: son insoportablemente estrictos y antipáticos. No te dejan entrar al país ni la flor que te dio tu admirador secreto antes de subir al avión, ni los porotos negros que trajiste de recuerdo desde Brasil para hacer una feijoada para tus amigos, ni la artesanía en madera del sur argentino que le dará un toque rústico a tu living, ni la semilla del árbol familiar que te dio tu madre para que tengas una réplica en tu jardín, ni la manzanita de la mochila por si te daba hambre en el viaje, nada. Yo tengo muchas historias con estos señores. Pero después de unas 35 veces de pasar por sus controles, aprendí y finalmente pasé esta vez, resultando ilesa. Histórico.
Pero María no. Resulta que en su declaración ella marcó “NO” en el ítem “Traigo productos animales y sus derivados”, y traía un perro vivo. Un escándalo le armaron, que casi la meten presa. Bueno, ¡a hacer todos los papeles! Vacunas, documento de identidad del perro, qué come, qué edad tiene, control parasitológico y la mar en coche. Después de que ella mostró todos los papeles que le pidieron, hasta la presentación por parte de su veterinaria que contaba cómo era la personalidad (¿?) del perro; no sabían cómo seguir jodiendo, porque sabe Dios que esos tipos buscan siempre la forma de joderte, y entonces empezaron a reclamar por la declaración “fraudulenta” que hizo María al poner NO en el ítem de los productos animales. Entonces yo, que estaba agotada y lo único que quería era salir, enfrenté al tipo y le dije “¿A Usted le parece que teniendo todos estos papeles y habiendo pagado los impuestos para traer al perro a Chile, ella querría ocultarlo en su declaración? ¿Y Usted, que es veterinario, nunca tuvo una mascota?”. “¿Qué tiene que ver eso?”. “Simple: si Usted supiera lo que se siente por una mascota, entendería que al leer “productos animales” nadie piensa en su mascota, porque no es un producto, ¡es tu mascota! Ella no quiso mentir en la declaración, simplemente no entendió a qué se referían Ustedes con ese formulario”.
Bueno, pasamos finalmente el control y salimos al hall donde nos esperaban, hacía mil horas, nuestros seres queridos. A ella su pobre hija con una amiga, a mí dos amigas de fierro que habían hecho 500 km en auto, y habían pasado la noche en vela, muertas de frío, para recibirme y llevarme a mi casita.
Tranquilidad. Descanso. Sacarme por fin, después de 32 horas, la mascarilla. Y recibir llamadas telefónicas de otras amigas, emocionadas por mi llegada. Felicidad. Sentirme protegida, en tierra conocida. Rodeada de amor.
miércoles, 13 de mayo de 2009
Chileno re-made in Nueva York (El Regreso VIII)
Al subir al avión (nuevamente el mismo) me encontré con los azafatos que venían con nosotros desde Lima (nuevamente los mismos). Tenían peor cara que nosotros: ojerosos y agotados. Fui amable con ellos, que no tenían ninguna culpa de todo el incidente. "¿Pudieron dormir algo?" "¡Nada!" exclamaron con cara de indignación-resignación-enojo-impotencia. Cuántas cosas se pueden decir sólo con una palabra. Intenté consolarlos, cual madre solícita: "Bueno, ahora es un ratito y ya termina todo esto".
Volví a mi asiento (nuevamente el mismo) pensando para qué nos habrían hecho bajar todo del avión, si volveríamos a subirnos y a ocupar los mismos asientos. Supuse que querían cubrirse de futuras demandas por pérdida de enseres personales o algo así.
Hablando de demandas, atrás mío venía un chileno que vive en Nueva York, quién sabe hace cuánto tiempo. Desde que llegamos a Mendoza (primer momento en que tuvimos contacto con la tripulación, que no aparecía nunca en la cabina), él empezó a decir que cómo podía ser, que él venía desde Nueva York a ver a su padre que estaba grave en Valparaíso, que no podían retenerlo en Mendoza, que lo enviaran en otro avión que saliera hacia Santiago inmediatamente...
Luego nos dijo a los pasajeros que estábamos cerca, que esta situación en Estados Unidos no se hubiera dado, porque cada pasajero le hacía una demanda legal a la compañía y se hacía rico con la compensación...
Después sacó su cámara, y encendiéndola en la función de grabación, empezó a recorrer el avión cual reportero ciudadano, mostrando a la gente y explicando que nos tenían ahí, que nadie nos daba explicaciones, que nos habían desviado, etc. "Acá se puede ver cómo la gente está indignada, porque no nos dan una solución", mientras todos lo mirábamos con cara de aburridos, indiferentes a su reclamo inútil. Y para rematar, dice al final de la grabación: "Esta es una prueba para ser entregada a las autoridades aeroportuarias de Nueva York".
Jajaja, no podíamos creer los que lo escuchamos. En primer lugar esas imágenes no probaban nada, sólo que había personas adentro de un avión en actitud de estar esperando algo. En segundo lugar ¿qué le importa a las autoridades aeroportuarias de Nueva York, el desvío de un vuelo de Lima a Santiago, de una aerolínea de centroamérica?
Lo mejor fue que al cortar la grabación se dirigió al resto de los pasajeros, cual político en plena campaña, afirmando "Quédense tranquilos, que esto mañana llega a Nueva York", agitando la cámara como si fuera el arma de un vaquero.
Ahora, después de haber comido, caminado un poco, y ante la promesa del pronto regreso a Chile, estábamos todos más calmados.
Sin embargo, este muchacho seguía buscando cómo hacer campaña en contra de la aerolínea.
Después de que todos estuvimos sentados y acomodados, empezaron a pasar los minutos y nadie nos decía que nos abrocháramos el cinturón ni que íbamos a despegar. Nada pasaba.
Como a los 20 minutos empezamos a preguntar a la tripulación, que nos informó que estaban cargando combustible a la nave. ¿Para eso nos hicieron subir tanto rato antes? ¿Y no pudieron cargar combustible durante las 8 horas que lleva el avión en esta loza?
Bueno, nada que hacer. A esperar. Otros 20 minutos, y nada sucedía. Yo mientras tanto, chateaba con mi sobrina de 7 años, que ya se había levantado y estaba por ir a visitar a una amiguita. Cuando le dije "Estoy en Mendoza" me respondió "Qué liiiiindo!". "Sí, no sabés qué lindo que la estoy pasando..."
La gente se empezó a impacientar, y surgieron los aplausos rítmicos, los chiflidos y hasta los gritos. Se enciende el altoparlante. El copiloto esta vez. Con voz temerosa y casi tartamudeando, explica que el Capitán se encuentra en tierra, esperando la información meteorológica de Santiago. ¡No podés! ¿Todavía?
Tuvieron que pasar como 10 minutos para que de nuevo todos empezaran a gritar su impaciencia, y saliera la voz del copiloto que ya nos habló en una forma coloquial, diciendo que todos estábamos cansados y todos queríamos llegar a nuestras casas (?), pero que entendiéramos un poco la situación, que aún en Santiago había niebla y tenían que asegurarse de que iban a poder aterrizar. El neoyorquino-chileno empezó a decir si no habían tenido suficiente tiempo para leer los manuales de aterrizaje, para que esta vez sí logren hacerlo, y otra sarta de comentarios por el estilo.
Unos minutos después, el copiloto salió de la cabina y se quedó ahí adelante parado, mirando hacia los pasajeros, como montando guardia. Le empezaron a chiflar. El chileno-neoyorkino le empezó a gritar que daba vergüenza ahí parado, que no tenía presencia, que era mejor que siguiera escondido en la cabina si no tenía autoridad... entonces a alguien se le ocurrió denominarlo "pollito", y tras algunas risas, empezaron a cantarle "el pollito, el pollito"... con la música de "el cortito" de Martín Karadagian (sólo los argentinos de más de 30 años me entenderán esta referencia). El tipo se bancó un rato las pifias, mirando hacia un punto fijo, pero tenía cara de ponerse a llorar en cualquier minuto. Después desapareció.
Cuando finalmente el Capitán se acercó al avión, quienes estaban montando guardia para avisar al resto de los pasajeros, gritaron "ahí viene el Capitán". Apenas se vio su sombra en el pasillo delantero del avión, se escucharon miles de silbidos y pifias. El ni miró hacia el interior del avión, y se refugió directamente en la cabina.
Finalmente, tras la espera de una hora dentro del avión (más las otras 8 horas que ya relaté), estábamos despegando. El ya insoportable pasajero de atrás mío siguió haciendo comentarios a los que nadie respondía, porque ya era demasiado desubicado... hasta que la remató diciendo "y pensar que todo esto fue culpa de los mexicanos, que se les ocurrió viajar en NUESTRO avión". Cuando le conté esto a algunas personas chilenas les daba vergüenza patriótica, y me dijeron que de haber estado ahí, como chilenos, lo hubieran callado con un "combo en el hocico".
Por suerte, en poco más de media hora llegamos a Santiago, y constatamos que seguía habiendo una densa niebla. Yo estaba segura de que, después de todo lo que había ocurrido, iban a aterrizar sí o sí, aunque no hubiera seguridad, y eso me daba un poco de miedo. Pero finalmente tocamos tierra, y por supuesto, el avión entero estalló en aplausos, como si realmente hubiera sido el viaje de bautismo de los pilotos.
martes, 12 de mayo de 2009
El octavo pasajero (El Regreso VII)
Después de la orden de permanecer sentados, como siempre pasa, todo el mundo se paró y empezó a sacar sus equipajes del compartimiento superior, con apuro y desesperación. Pero empezaron a pasar los minutos, y todos parados esperaban. Media hora. La gente empezó a sentarse nuevamente, con su bolso de mano sobre las piernas.
El Capitán. "La tripulación pasará repartiendo una forma migratoria de Argentina, que deberá ser llenada por Ustedes. Preparen sus pasaportes para realizar el trámite migratorio correspondiente".
Tiempo. Eso era lo que estaban haciendo. Descubrí que llegaba la conexión de internet del aeropuerto hasta el avión, que estaba detenido cerca del diminuto edificio mendocino. Intenté enviar un SMS desde internet a un celular chileno, para avisar nuestra situación. Imposible. Intenté recargar mi celular chileno, inactivo por tres meses, con dinero desde la cuenta del banco. El teléfono móvil ha sido desactivado. La perinola.
Escribí un mail a toda mi familia. Inútil: eran las 5 de la mañana en Buenos Aires. Impotencia.
"Les habla el Capitán (otravezzz?). La tripulación pasará repartiendo una hoja que deberá ser llenada por todos los pasajeros (otravezzz?), para las autoridades sanitarias de la Argentina".
La misma cosa de México, antes de salir. Jurar por tu estado de salud. Entregar datos personales. Explicar tu vida. "Nombre todos los países por los que ha pasado en los últimos 14 días".
"Si pongo México, éstos me mandan al Hospital y me aplican cuarentena", maquinaron las pocas neuronas que me quedaban despiertas. "Bueno, yo entendí 14 horas... Costa Rica y Perú". Listo. Entrego el papel con cara de nada.
Sí, hotel... Espejitos de colores. La gente empezó a acomodar nuevamente su equipaje en los compartimientos superiores, con resignación.
Lo imaginable era que los llevarían al hospital para revisarlos. Pero no. Nadie se quiso arriesgar a repartir la peste por la ciudad. Que vuelvan al avión. Tiritando, aparecieron de nuevo con sus bolsos. Si no estaban enfermos, se engriparon en ese rato.
A todo esto, yo había entrado a la página web del aeropuerto de Santiago, constatando que el único vuelo de la noche que no había aterrizado era el nuestro (que aparecía como desviado a Córdoba, cuando hacía horas que estábamos en Mendoza). Corrí la voz. Fui con la PC bajo el brazo a preguntar al personal por qué no habíamos podido aterrizar. Tras las razones del mal tiempo, abrí mi PC para leer en voz alta todos los vuelos arribados "1:27, procedente de Madrid: arribado. 2:55, procedente de Panamá: arribado. 4:10, procedente de Quito: arribado..." así, unos 8 vuelos específicos. Mientras yo leía en voz alta, se empezaron a acercar a la parte delantera del avión muchos pasajeros descontentos -más bien enojados-, que interrumpieron mi lectura cuando yo ya estaba llegando al último vuelo, con gritos desaforados pidiendo que salga el Capitán de la cabina "a dar la cara, si es machito". "Que venga para que le hagamos el test de alcoholemia", "que nos hable de hombre a hombre" y varias frases desopilantes por el estilo, con voz de machos que quieren probar su masculinidad, y con los puños en alto. Fue tan violenta la situación, que yo cerré mi PC y empecé a retroceder. Quería desaparecer de la escena. Yo no quería provocar eso, sólo quería entender si nuestro avión era tan malo como parecía, ya que era el único que no había podido aterrizar con las mismas condiciones climáticas. Una azafata dijo "muy bien, voy a llamar al capitán", y tomó el teléfono interno tratando de calmar la situación. Antes de que ella pudiera hablar, se escucha por altoparlante, de nuevo, la voz del Capitán. Esta vez, con una voz menos impostada, un discurso menos preparado, una informalidad propia de la situación. Intentó explicar que la demora era por las autoridades del aeropuerto, y mucho más no pude escuchar, porque la gente se seguía quejando. De a poco, los y las azafatas lograron ir dispersando a la turba, pidiéndoles que escucharan las explicaciones del Capitán. Muy hábiles ellos. Yo volví a mi lugar. A seguir esperando.
Cuando se cumplían exactamente 3 horas de nuestro aterrizaje en Mendoza, y 4 horas y media desde el frustrado aterrizaje en Santiago, nos permitieron bajar. Ya había amanecido. No nos decían para qué bajábamos, ni por cuánto tiempo, ni adónde iríamos, nada. Solamente que no dejáramos nada en el avión. Yo supuse que nos llevarían en otro, en mejores condiciones. Uno siempre piensa lo mejor.
Nos hacían bajar de a 40, nos subían a un colectivo sin asientos, y cual campo de concentración nos trasladaban hasta una puerta del edificio, que distaba apenas 120 metros de la escalera del avión. Era todo muy ridículo. Nos recibieron todos los funcionarios con mascarillas y guantes, nos guiaron por un pasillo y una escalera, a un salón. Era la cafetería del aeropuerto. Mesas, sillas (no para todos), una barra, una tele encendida en un canal de noticias. Preguntamos dónde podíamos cambiar plata para comprar una tarjeta telefónica. Lo que más queríamos varios, era comunicarnos con Chile. "Vamos a averiguar" era la respuesta a todas las consultas.
Nos pusieron un guardia tamaño orangután en la puerta. Parecía esos patovicas de los boliches. No se puede salir. Ahí adentro tienen un teléfono y un baño. Confinados, acuartelados, en cuarentena. Tardamos en darnos cuenta de la situación.
María, Botón y yo nos sentamos a compartir mesa con un señor de gestos delicados que resultó ser un argentino radicado en Chile, que trafica ropa chilena hacia Cuba. De ahí venía ahora. Gran negocio al parecer. Simpático el tipo, y avivado como yo. Nos entendimos en nuestra argentinidad. Mientras María miraba la carta pensando en pedir algo y pagar por ello, nosotros nos miramos "Che, vamos a la barra a ver si nos sirven algo... yo no pienso pagar un peso!". Allá fuimos, a preguntar. "Sí, hay desayuno, pero tienen que hacer una cola acá". Nos erigimos en los primeros de la fila. Había muchos platos con 3 sandwiches de miga cada uno. Fríos y un tanto añejos. "Ay, qué emoción, comer sandwiches de miga después de tanto tiempo", me confesó él. "Pero están fríos, si fueran tostados... Yo quisiera medialunas, es mucho más rico", le repliqué yo.
"Che, hay medialunas?". "Y sí, mirá, ahí están, pero te puedo dar dos, en lugar de los 3 sandwiches". Él se resignó fácil: "Dame un sandwich y una medialuna". Yo dejé que le sirvan, y después supliqué, ignorando la matemática "¿Te puedo pedir que me cambies un sandwich por una medialuna?". Tal vez sin sacar cuentas, me dio dos sandwiches y una medialuna. Volví a la mesa triunfante. "¿Cómo hiciste?" se sorprendió él. "Parece que hace mucho que no estás en Argentina vos, no?". "Sí, un tocazo... se nota?". "Y, es como que perdiste ritmo, viste? Acordate del tango: el que no llora no mama..."
"Sí, tenés razón... pero tenemos la ventaja de que acá no hay muchos argentinos..." se refería al resto de los pasajeros, y creo que tenía razón. Seguramente éramos los únicos. Entonces acordamos "Cuando terminen de servirse todos, nosotros arrasamos con lo que quede. Para eso somos argentinos". Vamos todavía.
Mientras masticábamos como desesperados, aparece en la tele que nadie escuchaba una imagen de nuestro avión y un cartel inferior que rezaba "Avión con mexicanos aterrizó en Mendoza". Yo pego el grito "estamos en la tele!". Y a mirar internet rapidito. "Sí, mirá, hay 3 artículos sobre nosotros!". Al rato eran 5, después 8. ¡Somos noticia!
Mi amigo, que ya se iba sacudiendo su chilenidad adquirida y dejaba que surja de su interior el argentino que todos llevamos dentro, se levantó hacia unas heladeras-exhibidores que había a un costado, y nos trajo un jugo de fruta envasado para cada uno de los 3. Nada de preguntar, mucho menos pedir permiso. "Es lo mínimo que nos pueden dar" sentenció. "Así se habla" aprobé.
Juguitos Cepita: a los bolsos. Acá podemos tomar gaseosa en botella. "¿De qué querés?" María estaba asorada. Le dimos la bienvenida a Argentina, la tierra del "acá cada uno hace lo que se le canta". Yo le avisé que no repita las conductas en tierra chilena. Esto es otro mundo.
Cuando terminó la fila de pasajeros, después de 16 viajes de un pobre mozo que traía las bandejas con sandwiches desde otro lugar no-acuartelado, me acerqué a la barra. La mayoría de los pasajeros estaban distraídos hablándoles por señas a los periodistas que, del otro lado del vidrio blindado, intentaban hacer su nota del día. "Che, ¿te quedan medialunas? Es que extraño tanto las medialunas después de tantos años fuera del país... que cuando las como, es como sentir un "sabor a patria..." Mientras yo le hablaba, él seguía agregando medialunas al plato. 4, bien! Buena cosecha. Ahora agua mineral de la heladera, para el resto del viaje. Iban quedando pocas cosas, varios ya nos habían imitado en el self-service.
Después de 3 horas y media encerrados en la cafetería, de repente aparece un empleado de LAN, a decirnos que ya nos vamos, que nos preparemos. Incrédula yo: "pero ya, ¿ya? ¿en cuánto rato?" "Menos de una hora". Bueno, sigo aprovechando internet tranquila. La gente, impaciente, empezó a hacer fila. Yo ni loca. Internet, baño, ordenar pertenencias. Creimos que nos llevaría LAN. Ellos nos habían "atendido" en tierra. Horas antes, una funcionaria de esa empresa, interrogada por mí, me confesó que ella misma había hecho los arreglos con el hotel y con el transporte, para todos nosotros. Que fue Sanidad quien no permitió que saliéramos del aeropuerto. También me dijo que nuestra tripulación había cumplido sus horas de servicio, y al parecer debían descansar 8 horas antes de poder despegar nuevamente. No era información oficial, pero al menos era información. Nuestra aerolínea desapareció y nadie nos explicó nada. Así que yo repartí entre varios pasajeros esos conceptos, para cooperar a la resignación general y pasar con mejor ánimo el rato. Por suerte no se cumplió la profecía.
Cuando la fila para salir del encierro iba avanzando y quedaban pocos, quise hacer justicia, y le pregunté a los empleados de la cafetería "¿Cuántos les dijeron a Uds, que éramos nosotros?". Era medio rara la formulación de la pregunta, pero me entendieron. "136". "No, somos muchos más. 35 filas de 6 asientos, más la primera clase, y el avión venía lleno". El encargado sacó la calculadora. "¡Son 210!". "Y sí, ponele. Así que cobrá todo lo que comimos, mirá que las heladeras quedaron vacías, eh". "Sí, sí, gracias che!". "Gracias a Ustedes, nos atendieron muy bien. Y no tengan miedo que no se van a enfermar, nosotros estamos todos sanos, eh".
La idea era cagar a la aerolínea, no a la cafetería...
Finalmente, nadie supo de la existencia del octavo pasajero. Ese que también venía de México. Ese que descubrió que todos los demás vuelos habían podido aterrizar donde éste no pudo. Ese que organizó la fila del desayuno. Ese que promovió el vaciado de las heladeras. Ese que consiguió que repartieran 50 tarjetas telefónicas gratuitas entre los pasajeros. Ese que infló los números de los pasajeros, para que la aerolínea pague. Ese que cuando subía las escaleras del avión saludaba a las cámaras y tiraba besos para Argentina.
Nadie supo quién era el octavo pasajero. Pero ustedes lo saben bien.
lunes, 11 de mayo de 2009
El viaje del terror (El Regreso VI)
Partimos rumbo a Santiago esperanzados, con cierto alivio de que era el último tramo, el último esfuerzo. Mini cena de avión-barato-destinado-a-becarios-y-otros-pobres-varios. Sueño entrecortado por los mensajes del Capitán, proferidos a un volumen excesivo. El más esperado llegó a las 2:00 am hora chilena: "Nos encontramos próximos a aterrizar en Santiago de Chile, por favor abrochen sus cinturones de seguridad y coloquen sus asientos en posición vertical. Las condiciones climáticas de la ciudad de Santiago son buenas, con una temperatura de 7 grados centrígrados". Se escuchó una expresión compartida de horror por el frío imperante, ya que la mayoría veníamos de centroamérica, donde es primavera. Mientras descendíamos de a poco, mi mente se iba preparando a la emoción de la llegada. Pensaba lo increíble de haber realizado un viaje tan largo, cómo había resistido físicamente al agotamiento de no dormir dos noches seguidas para ordenar todo, cerrar la casa y hacer las maletas, más el viaje eterno... mientras tanto, mis ojos traspasaban las 2 capas de vidrio y una de plástico, mirando distraídamente el ala iluminada del avión.
En eso empiezo a notar que todo se aclara, y las luces blancas del ala se reflejan en el aire contiguo logrando un efecto como de aparición celestial. Después de unos segundos, el avión desciende más rápidamente, y se alcanzan a vislumbrar entre los densos pompones de algodón las luces de la pista. De repente cambia radicalmente el sonido de las turbinas, el avión se acelera y dirige su punta hacia arriba bruscamente.
Susto total. La sensación que tuvimos fue que estuvo a punto de chocar. Como uno al ser pasajero no ve nada más que un pedacito del costado del avión, la imaginación -la loca de la casa- hace el resto. Seguimos subiendo durante cinco minutos, al cabo de los cuales el Capitán nos volvió a aturdir para explicar la situación: hay mucha neblina en Santiago que no permite aterrizar, por lo que el vuelo será desviado a la ciudad de Mendoza, donde esperamos arribar en unos 20 minutos.
Las reacciones inmediatas de todos nosotros fueron de indignación, de no poder creerlo, de no entender... la pregunta obligada de muchos "¿No hay un aeropuerto alternativo en Chile para estos casos? ¿Qué pasa con Concepción, con La Serena?".
La mente de muchos de nosotros se posó inmediatamente en las personas que nos estaban esperando a las 2:15 am en el aeropuerto de Santiago, sin dormir y con 7ºC... ¿Quién iba a informarles? ¿Qué harían al no saber cuándo llegaríamos? ... ¿Y cuándo llegaríamos???
Eran todas preguntas al aire, sin respuesta posible... estábamos cruzando la Cordillera con malas condiciones climáticas, por lo tanto, la tripulación estaba amarrada a sus sillines y no podíamos acosarlos con nuestras dudas existenciales.
A los 18 minutos, de nuevo "Habla el Capitán. Las autoridades sanitarias de Mendoza no autorizaron el aterrizaje de nuestro vuelo, por lo que en estos momentos nos dirigimos al aeropuerto de Córdoba. Esperamos llegar en aproximadamente 30 minutos". Descontento generalizado, caras de desconcierto de los gringos, más preguntas al aire, más indignación.
Estábamos sobrevolando Mendoza, y enseguida el paisaje se hizo llanura y mucho campo. De este lado de la Cordillera el cielo estaba despejado, y con un brillante estrellado nos permitía distinguir los relieves y paisajes. Empezamos a soltar nuestros cinturones de seguridad para poder incorporarnos y hablar entre los pasajeros. Nos empezamos a conocer.
Habíamos pasado casi 4 horas de vuelo juntos, pero frente a esta situación, por primera vez nos mirábamos las caras y nos dirigíamos la palabra entre todos.
20 minutos sobrevolando llanuras, hasta que se comenzaron a vislumbrar algunas elevaciones del terreno. Córdoba se anunciaba. Entonces el avión empieza a girar cambiando su recorrido, y nuevamente nos habla el Capitán. "Las autoridades del aeropuerto de Mendoza nos han confirmado que recibirán nuestro vuelo, por lo que en estos momentos nos estamos dirigiendo nuevamente hacia Mendoza, donde aterrizaremos en una media hora". Claro, no quiso decir que tampoco Córdoba nos quería... empezamos a dudar si realmente Mendoza había cambiado de parecer, o si seguiríamos dando vueltas hasta que se despejara la neblina de Santiago.
Los comentarios de los chilenos iban en una dirección derrotista: la neblina no se despejará hasta el amanecer. María, con la primera comunicación del capitán, me había preguntado con gestos qué significaba eso de ir a Mendoza. Unos 3 metros nos separaban. Con voz fuerte le resumí "Vamos a otro país". "¿Otro más?" dijo ingenuamente. Cuando nos hablaron de Córdoba, ella creyó que era otro país más, y contenta exclamó "Voy a conocer todo sudamérica". Sí, sí. Todo. Qué lindo.
Cuando calculábamos estar cerca de Mendoza, otra vez el capitán se dirige a los pasajeros. El sonido que anunció su aviso tuvo una reacción de enojo general. Nos preguntábamos "y ahora ¿qué?".
"Por disposición de las autoridades sanitarias de Argentina, debemos fumigar el avión en este momento. Les rogamos que permanezcan en sus asientos, y sepan disculpar la molestia". Inmediatamente pasó una azafata tirando un aerosol diminuto hacia el techo, que no creo que haya podido matar muchas bacterias, y menos aún virus porcinos.
Nos preparamos para aterrizar. Luego de hacerlo, el Capitán nos informó que debíamos permanecer en el interior del avión mientras se hacían los arreglos para trasladarnos a un hotel. Que tuviéramos paciencia. Ja! Paciencia es una palabra muy pequeña para describir lo que tuvimos que tener.
sábado, 9 de mayo de 2009
Lima limón (El Regreso V)
viernes, 8 de mayo de 2009
Pura Vida (El Regreso IV)
Al bajar del avión en San José, Costa Rica, me encontré un aeropuerto más grande y variado que el anterior, así que me dispuse a pasear un poco. Acá había más gente con mascarilla, especialmente los empleados y vendedores del aeropuerto, y algún que otro pasajero. Parecía que los únicos en no bajar aún de su nube de pedo, eran los guatemaltecos.
Luego de varias vueltas por el lugar y de ver todos los productos que me interesaban, medité sobre los billetes verdes que me quedaban, y gracias al efecto "epidemia-casi-pandemia" que me impulsaba y trastornaba la cabeza, me volví loca y gasté 17 dólares. Compré un paquete de café molido costarricense, el mejor de los mejores, y un paquete con 10 puritos (habanos tamaño cigarrillo común). La intención era llevarme un poco del sabor de este simpático país...
Seguía sin "encontrar" a María con su Botón, así que disfruté, caminé, saqué fotitos... y por supuesto (como me pasa en todos mis viajes en algún momento), al salir por segunda vez del baño, escuché mi nombre por altoparlante. Me estaban esperando para abordar el avión. Pero yo digo ¿para qué te ponen una hora en el pasaje si después te llaman 30 minutos antes? No te dejan disfrutar del tiempo en tierra... Como anécdota aledaña, la otra vez (en este viaje) que me llamaron por altoparlante fue en el aeropuerto de México, ya que como me pasa siempre, había perdido el pasaporte con el pasaje adentro... es que me canso de tenerlo en la mano y tranquilamente lo olvido apoyado por ahí...
Al subir al avión encontré a mi "amiga", que preocupada por mi integridad me reclamó "¿Dónde estabas?". Le dije que fui al baño y después no la encontré... lo cual era verdad, pero también mentira. Total, ya había disfrutado en toda la escala de mi libertad y soledad, redescubiertas en los tres meses en México, y ella no podía quitarme eso. Pero en este avión y el siguiente, ella estaba en la fila anterior a la mía, por lo que hicimos contacto visual varias veces. Otras veces me hice la estúpida sin esfuerzo. Si hay algo que odio en la vida, es que me acose gente que a mí no me importa y que está todo el tiempo pendiente de mí. Nadie entiende que ya tuve madre, y me alcanzó.
jueves, 7 de mayo de 2009
Rumbo a la finquita (El Regreso III)
miércoles, 6 de mayo de 2009
Situación actual en México
- El Gobierno Mexicano avisa que desde ahora podrán llevarse a cabo eventos privados como bodas y 15 años. Así que ¡a organizar todo rapidito para casarse este fin de semana, que hay permiso!
- Se reabren las salas de cine, menos en el DF, pero con las siguientes restricciones: cada espectador debe estar separado de otro por dos butacas a los lados y dos hileras adelante y atrás. La capacidad máxima de las salas podrá ser del 18%. Gran negocio gran!
- Para su reapertura, los restaurantes deberán acomodar sus mesas con una separación de 2.25 metros y la afluencia de clientes deberá reducirse a 4 personas cada 10 metros.
- Aunque se han flexibilizado las medidas restrictivas, no serán abiertos los establecimientos cuyo giro sea parque-estacionamiento, salones de baile y centros nocturnos, en los que prepondera el consumo de alcohol y la aglomeración de personas, ni donde se vendan o distribuyan bebidas alcohólicas de botella abierta.