lunes, 11 de mayo de 2009

El viaje del terror (El Regreso VI)

29 de abril, 22:00 hora local. Aeropuerto de Lima.

Partimos rumbo a Santiago esperanzados, con cierto alivio de que era el último tramo, el último esfuerzo. Mini cena de avión-barato-destinado-a-becarios-y-otros-pobres-varios. Sueño entrecortado por los mensajes del Capitán, proferidos a un volumen excesivo. El más esperado llegó a las 2:00 am hora chilena: "Nos encontramos próximos a aterrizar en Santiago de Chile, por favor abrochen sus cinturones de seguridad y coloquen sus asientos en posición vertical. Las condiciones climáticas de la ciudad de Santiago son buenas, con una temperatura de 7 grados centrígrados". Se escuchó una expresión compartida de horror por el frío imperante, ya que la mayoría veníamos de centroamérica, donde es primavera. Mientras descendíamos de a poco, mi mente se iba preparando a la emoción de la llegada. Pensaba lo increíble de haber realizado un viaje tan largo, cómo había resistido físicamente al agotamiento de no dormir dos noches seguidas para ordenar todo, cerrar la casa y hacer las maletas, más el viaje eterno... mientras tanto, mis ojos traspasaban las 2 capas de vidrio y una de plástico, mirando distraídamente el ala iluminada del avión.
En eso empiezo a notar que todo se aclara, y las luces blancas del ala se reflejan en el aire contiguo logrando un efecto como de aparición celestial. Después de unos segundos, el avión desciende más rápidamente, y se alcanzan a vislumbrar entre los densos pompones de algodón las luces de la pista. De repente cambia radicalmente el sonido de las turbinas, el avión se acelera y dirige su punta hacia arriba bruscamente.

Susto total. La sensación que tuvimos fue que estuvo a punto de chocar. Como uno al ser pasajero no ve nada más que un pedacito del costado del avión, la imaginación -la loca de la casa- hace el resto. Seguimos subiendo durante cinco minutos, al cabo de los cuales el Capitán nos volvió a aturdir para explicar la situación: hay mucha neblina en Santiago que no permite aterrizar, por lo que el vuelo será desviado a la ciudad de Mendoza, donde esperamos arribar en unos 20 minutos.

Las reacciones inmediatas de todos nosotros fueron de indignación, de no poder creerlo, de no entender... la pregunta obligada de muchos "¿No hay un aeropuerto alternativo en Chile para estos casos? ¿Qué pasa con Concepción, con La Serena?".
La mente de muchos de nosotros se posó inmediatamente en las personas que nos estaban esperando a las 2:15 am en el aeropuerto de Santiago, sin dormir y con 7ºC... ¿Quién iba a informarles? ¿Qué harían al no saber cuándo llegaríamos? ... ¿Y cuándo llegaríamos???
Eran todas preguntas al aire, sin respuesta posible... estábamos cruzando la Cordillera con malas condiciones climáticas, por lo tanto, la tripulación estaba amarrada a sus sillines y no podíamos acosarlos con nuestras dudas existenciales.

A los 18 minutos, de nuevo "Habla el Capitán. Las autoridades sanitarias de Mendoza no autorizaron el aterrizaje de nuestro vuelo, por lo que en estos momentos nos dirigimos al aeropuerto de Córdoba. Esperamos llegar en aproximadamente 30 minutos". Descontento generalizado, caras de desconcierto de los gringos, más preguntas al aire, más indignación.

Estábamos sobrevolando Mendoza, y enseguida el paisaje se hizo llanura y mucho campo. De este lado de la Cordillera el cielo estaba despejado, y con un brillante estrellado nos permitía distinguir los relieves y paisajes. Empezamos a soltar nuestros cinturones de seguridad para poder incorporarnos y hablar entre los pasajeros. Nos empezamos a conocer.
Habíamos pasado casi 4 horas de vuelo juntos, pero frente a esta situación, por primera vez nos mirábamos las caras y nos dirigíamos la palabra entre todos.

20 minutos sobrevolando llanuras, hasta que se comenzaron a vislumbrar algunas elevaciones del terreno. Córdoba se anunciaba. Entonces el avión empieza a girar cambiando su recorrido, y nuevamente nos habla el Capitán. "Las autoridades del aeropuerto de Mendoza nos han confirmado que recibirán nuestro vuelo, por lo que en estos momentos nos estamos dirigiendo nuevamente hacia Mendoza, donde aterrizaremos en una media hora". Claro, no quiso decir que tampoco Córdoba nos quería... empezamos a dudar si realmente Mendoza había cambiado de parecer, o si seguiríamos dando vueltas hasta que se despejara la neblina de Santiago.

Los comentarios de los chilenos iban en una dirección derrotista: la neblina no se despejará hasta el amanecer. María, con la primera comunicación del capitán, me había preguntado con gestos qué significaba eso de ir a Mendoza. Unos 3 metros nos separaban. Con voz fuerte le resumí "Vamos a otro país". "¿Otro más?" dijo ingenuamente. Cuando nos hablaron de Córdoba, ella creyó que era otro país más, y contenta exclamó "Voy a conocer todo sudamérica". Sí, sí. Todo. Qué lindo.

Cuando calculábamos estar cerca de Mendoza, otra vez el capitán se dirige a los pasajeros. El sonido que anunció su aviso tuvo una reacción de enojo general. Nos preguntábamos "y ahora ¿qué?".

"Por disposición de las autoridades sanitarias de Argentina, debemos fumigar el avión en este momento. Les rogamos que permanezcan en sus asientos, y sepan disculpar la molestia". Inmediatamente pasó una azafata tirando un aerosol diminuto hacia el techo, que no creo que haya podido matar muchas bacterias, y menos aún virus porcinos.

Nos preparamos para aterrizar. Luego de hacerlo, el Capitán nos informó que debíamos permanecer en el interior del avión mientras se hacían los arreglos para trasladarnos a un hotel. Que tuviéramos paciencia. Ja! Paciencia es una palabra muy pequeña para describir lo que tuvimos que tener.

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