martes, 12 de mayo de 2009

El octavo pasajero (El Regreso VII)

Jueves 30 de abril, 4:40 hora local. Aterrizaje forzoso en Mendoza, Argentina.

Después de la orden de permanecer sentados, como siempre pasa, todo el mundo se paró y empezó a sacar sus equipajes del compartimiento superior, con apuro y desesperación. Pero empezaron a pasar los minutos, y todos parados esperaban. Media hora. La gente empezó a sentarse nuevamente, con su bolso de mano sobre las piernas.

El Capitán. "La tripulación pasará repartiendo una forma migratoria de Argentina, que deberá ser llenada por Ustedes. Preparen sus pasaportes para realizar el trámite migratorio correspondiente".
Tiempo. Eso era lo que estaban haciendo. Descubrí que llegaba la conexión de internet del aeropuerto hasta el avión, que estaba detenido cerca del diminuto edificio mendocino. Intenté enviar un SMS desde internet a un celular chileno, para avisar nuestra situación. Imposible. Intenté recargar mi celular chileno, inactivo por tres meses, con dinero desde la cuenta del banco. El teléfono móvil ha sido desactivado. La perinola.
Escribí un mail a toda mi familia. Inútil: eran las 5 de la mañana en Buenos Aires. Impotencia.

"Les habla el Capitán (otravezzz?). La tripulación pasará repartiendo una hoja que deberá ser llenada por todos los pasajeros (otravezzz?), para las autoridades sanitarias de la Argentina".
La misma cosa de México, antes de salir. Jurar por tu estado de salud. Entregar datos personales. Explicar tu vida. "Nombre todos los países por los que ha pasado en los últimos 14 días".
"Si pongo México, éstos me mandan al Hospital y me aplican cuarentena", maquinaron las pocas neuronas que me quedaban despiertas. "Bueno, yo entendí 14 horas... Costa Rica y Perú". Listo. Entrego el papel con cara de nada.

Pasa media hora. Nos habla por altoparlante -por primera vez- la jefa de tripulación (el Capitán tendría miedo de que le pegáramos al volver a escuchar su voz). "Nos encontramos en estos momentos, esperando a que el personal sanitario del aeropuerto termine de revisar los formularios de su declaración de salud, ya que los están analizando UNO POR UNO (recalcó esta última frase con voz de impaciencia). Cuando terminen, podremos ingresar al aeropuerto para ser trasladados al hotel".
Sí, hotel... Espejitos de colores. La gente empezó a acomodar nuevamente su equipaje en los compartimientos superiores, con resignación.

10 minutos. Habla un funcionario de sanidad del aeropuerto: "los siguientes pasajeros deberán descender del avión con sus pertenencias: fulano, mengano, sultano, María con Botón, otros 3 fulanos". En total, 7 pasajeros procedentes de México. O sea: los que declararon ingenuamente en su papel, que venían de México. Yo me quedé muy sentadita en mi lugar. Finalmente, todos sabemos que yo venía de Perú.

Los hicieron bajar por una escalera exterior, a la loza del aeropuerto. Todos desabrigados, procedentes del Trópico. Después de esperar unos minutos, los hicieron subir a un colectivo. Los dejaron congelarse ahí 15 minutos, mientras los funcionarios discutían y se comunicaban por radio con quien daba las órdenes a distancia. Tal vez desde su cama.
Lo imaginable era que los llevarían al hospital para revisarlos. Pero no. Nadie se quiso arriesgar a repartir la peste por la ciudad. Que vuelvan al avión. Tiritando, aparecieron de nuevo con sus bolsos. Si no estaban enfermos, se engriparon en ese rato.

Entonces decidieron mandarnos personal de salud, para poder decir que nos habían revisado. Subió una señora totalmente cubierta por ropa anti-gérmenes, con mascarilla y guantes. Pasó por el atestado pasillo preguntando "¿Se sienten bien? ¿Todos sanitos?". Todos la mirábamos sin responder. Era tragicómico.


A todo esto, yo había entrado a la página web del aeropuerto de Santiago, constatando que el único vuelo de la noche que no había aterrizado era el nuestro (que aparecía como desviado a Córdoba, cuando hacía horas que estábamos en Mendoza). Corrí la voz. Fui con la PC bajo el brazo a preguntar al personal por qué no habíamos podido aterrizar. Tras las razones del mal tiempo, abrí mi PC para leer en voz alta todos los vuelos arribados "1:27, procedente de Madrid: arribado. 2:55, procedente de Panamá: arribado. 4:10, procedente de Quito: arribado..." así, unos 8 vuelos específicos. Mientras yo leía en voz alta, se empezaron a acercar a la parte delantera del avión muchos pasajeros descontentos -más bien enojados-, que interrumpieron mi lectura cuando yo ya estaba llegando al último vuelo, con gritos desaforados pidiendo que salga el Capitán de la cabina "a dar la cara, si es machito". "Que venga para que le hagamos el test de alcoholemia", "que nos hable de hombre a hombre" y varias frases desopilantes por el estilo, con voz de machos que quieren probar su masculinidad, y con los puños en alto. Fue tan violenta la situación, que yo cerré mi PC y empecé a retroceder. Quería desaparecer de la escena. Yo no quería provocar eso, sólo quería entender si nuestro avión era tan malo como parecía, ya que era el único que no había podido aterrizar con las mismas condiciones climáticas. Una azafata dijo "muy bien, voy a llamar al capitán", y tomó el teléfono interno tratando de calmar la situación. Antes de que ella pudiera hablar, se escucha por altoparlante, de nuevo, la voz del Capitán. Esta vez, con una voz menos impostada, un discurso menos preparado, una informalidad propia de la situación. Intentó explicar que la demora era por las autoridades del aeropuerto, y mucho más no pude escuchar, porque la gente se seguía quejando. De a poco, los y las azafatas lograron ir dispersando a la turba, pidiéndoles que escucharan las explicaciones del Capitán. Muy hábiles ellos. Yo volví a mi lugar. A seguir esperando.

Cuando se cumplían exactamente 3 horas de nuestro aterrizaje en Mendoza, y 4 horas y media desde el frustrado aterrizaje en Santiago, nos permitieron bajar. Ya había amanecido. No nos decían para qué bajábamos, ni por cuánto tiempo, ni adónde iríamos, nada. Solamente que no dejáramos nada en el avión. Yo supuse que nos llevarían en otro, en mejores condiciones. Uno siempre piensa lo mejor.

Nos hacían bajar de a 40, nos subían a un colectivo sin asientos, y cual campo de concentración nos trasladaban hasta una puerta del edificio, que distaba apenas 120 metros de la escalera del avión. Era todo muy ridículo. Nos recibieron todos los funcionarios con mascarillas y guantes, nos guiaron por un pasillo y una escalera, a un salón. Era la cafetería del aeropuerto. Mesas, sillas (no para todos), una barra, una tele encendida en un canal de noticias. Preguntamos dónde podíamos cambiar plata para comprar una tarjeta telefónica. Lo que más queríamos varios, era comunicarnos con Chile. "Vamos a averiguar" era la respuesta a todas las consultas.

Nos pusieron un guardia tamaño orangután en la puerta. Parecía esos patovicas de los boliches. No se puede salir. Ahí adentro tienen un teléfono y un baño. Confinados, acuartelados, en cuarentena. Tardamos en darnos cuenta de la situación.

María, Botón y yo nos sentamos a compartir mesa con un señor de gestos delicados que resultó ser un argentino radicado en Chile, que trafica ropa chilena hacia Cuba. De ahí venía ahora. Gran negocio al parecer. Simpático el tipo, y avivado como yo. Nos entendimos en nuestra argentinidad. Mientras María miraba la carta pensando en pedir algo y pagar por ello, nosotros nos miramos "Che, vamos a la barra a ver si nos sirven algo... yo no pienso pagar un peso!". Allá fuimos, a preguntar. "Sí, hay desayuno, pero tienen que hacer una cola acá". Nos erigimos en los primeros de la fila. Había muchos platos con 3 sandwiches de miga cada uno. Fríos y un tanto añejos. "Ay, qué emoción, comer sandwiches de miga después de tanto tiempo", me confesó él. "Pero están fríos, si fueran tostados... Yo quisiera medialunas, es mucho más rico", le repliqué yo.
"Che, hay medialunas?". "Y sí, mirá, ahí están, pero te puedo dar dos, en lugar de los 3 sandwiches". Él se resignó fácil: "Dame un sandwich y una medialuna". Yo dejé que le sirvan, y después supliqué, ignorando la matemática "¿Te puedo pedir que me cambies un sandwich por una medialuna?". Tal vez sin sacar cuentas, me dio dos sandwiches y una medialuna. Volví a la mesa triunfante. "¿Cómo hiciste?" se sorprendió él. "Parece que hace mucho que no estás en Argentina vos, no?". "Sí, un tocazo... se nota?". "Y, es como que perdiste ritmo, viste? Acordate del tango: el que no llora no mama..."
"Sí, tenés razón... pero tenemos la ventaja de que acá no hay muchos argentinos..." se refería al resto de los pasajeros, y creo que tenía razón. Seguramente éramos los únicos. Entonces acordamos "Cuando terminen de servirse todos, nosotros arrasamos con lo que quede. Para eso somos argentinos". Vamos todavía.

Mientras masticábamos como desesperados, aparece en la tele que nadie escuchaba una imagen de nuestro avión y un cartel inferior que rezaba "Avión con mexicanos aterrizó en Mendoza". Yo pego el grito "estamos en la tele!". Y a mirar internet rapidito. "Sí, mirá, hay 3 artículos sobre nosotros!". Al rato eran 5, después 8. ¡Somos noticia!

Mi amigo, que ya se iba sacudiendo su chilenidad adquirida y dejaba que surja de su interior el argentino que todos llevamos dentro, se levantó hacia unas heladeras-exhibidores que había a un costado, y nos trajo un jugo de fruta envasado para cada uno de los 3. Nada de preguntar, mucho menos pedir permiso. "Es lo mínimo que nos pueden dar" sentenció. "Así se habla" aprobé.
Juguitos Cepita: a los bolsos. Acá podemos tomar gaseosa en botella. "¿De qué querés?" María estaba asorada. Le dimos la bienvenida a Argentina, la tierra del "acá cada uno hace lo que se le canta". Yo le avisé que no repita las conductas en tierra chilena. Esto es otro mundo.

Cuando terminó la fila de pasajeros, después de 16 viajes de un pobre mozo que traía las bandejas con sandwiches desde otro lugar no-acuartelado, me acerqué a la barra. La mayoría de los pasajeros estaban distraídos hablándoles por señas a los periodistas que, del otro lado del vidrio blindado, intentaban hacer su nota del día. "Che, ¿te quedan medialunas? Es que extraño tanto las medialunas después de tantos años fuera del país... que cuando las como, es como sentir un "sabor a patria..." Mientras yo le hablaba, él seguía agregando medialunas al plato. 4, bien! Buena cosecha. Ahora agua mineral de la heladera, para el resto del viaje. Iban quedando pocas cosas, varios ya nos habían imitado en el self-service.

Después de 3 horas y media encerrados en la cafetería, de repente aparece un empleado de LAN, a decirnos que ya nos vamos, que nos preparemos. Incrédula yo: "pero ya, ¿ya? ¿en cuánto rato?" "Menos de una hora". Bueno, sigo aprovechando internet tranquila. La gente, impaciente, empezó a hacer fila. Yo ni loca. Internet, baño, ordenar pertenencias. Creimos que nos llevaría LAN. Ellos nos habían "atendido" en tierra. Horas antes, una funcionaria de esa empresa, interrogada por mí, me confesó que ella misma había hecho los arreglos con el hotel y con el transporte, para todos nosotros. Que fue Sanidad quien no permitió que saliéramos del aeropuerto. También me dijo que nuestra tripulación había cumplido sus horas de servicio, y al parecer debían descansar 8 horas antes de poder despegar nuevamente. No era información oficial, pero al menos era información. Nuestra aerolínea desapareció y nadie nos explicó nada. Así que yo repartí entre varios pasajeros esos conceptos, para cooperar a la resignación general y pasar con mejor ánimo el rato. Por suerte no se cumplió la profecía.

Cuando la fila para salir del encierro iba avanzando y quedaban pocos, quise hacer justicia, y le pregunté a los empleados de la cafetería "¿Cuántos les dijeron a Uds, que éramos nosotros?". Era medio rara la formulación de la pregunta, pero me entendieron. "136". "No, somos muchos más. 35 filas de 6 asientos, más la primera clase, y el avión venía lleno". El encargado sacó la calculadora. "¡Son 210!". "Y sí, ponele. Así que cobrá todo lo que comimos, mirá que las heladeras quedaron vacías, eh". "Sí, sí, gracias che!". "Gracias a Ustedes, nos atendieron muy bien. Y no tengan miedo que no se van a enfermar, nosotros estamos todos sanos, eh".
La idea era cagar a la aerolínea, no a la cafetería...

Finalmente, nadie supo de la existencia del octavo pasajero. Ese que también venía de México. Ese que descubrió que todos los demás vuelos habían podido aterrizar donde éste no pudo. Ese que organizó la fila del desayuno. Ese que promovió el vaciado de las heladeras. Ese que consiguió que repartieran 50 tarjetas telefónicas gratuitas entre los pasajeros. Ese que infló los números de los pasajeros, para que la aerolínea pague. Ese que cuando subía las escaleras del avión saludaba a las cámaras y tiraba besos para Argentina.

Nadie supo quién era el octavo pasajero. Pero ustedes lo saben bien.

3 comentarios:

chizita dijo...

sos mi ídola mundial, y argentina

Idealista Irredimible dijo...

uh! Gracias chizz, qué grande!

belu dijo...

sos un aparato.
excelente!