Hacía casi 9 horas que había salido de mi casa en el DF, y sólo había avanzado un país. Un país de los 10 que tenía que atravesar para llegar a MI casa. Subí al avión deseando con todas mis fuerzas avanzar.
Pero este tramo también sería corto: Guatemala-San José (Costa Rica).
Después de despegar, me trajeron la bandejita de comida: un sandwich caliente de queso (plato principal), un dulcecito tipo factura mini, un yogur de 100 ml. "¿Para tomar?" "Todo lo que
tengas" -quise decirle-. Pero no, pedí un jugo. Al terminar de deglutir el sandwich, aproveché la pasada de la azafata para decirle con mi cara de piedra "¿Te puedo pedir otro sandwich?". "Sí, como no, ¿sólo el sandwich?". Tan educadita yo, permanecí en mi pedido inicial para no mostrar la desesperación sudaca. Me morfé el otro sandwich. Pedí otro jugo.
Después de esa especie de almuerzo, me dispuse a dormir, necesidad primordial.
Entonces mi vecino de asiento me pide el diario mexicano que yo tenía a mano, y empieza a hojearlo. Para no ser descortés, me mantuve despierta unos minutos más, por si me comentaba algo. Después de 3 páginas leyendo los titulares, empieza a pasar más rápido las páginas, como desesperándose: "Pero todas las noticias tienen que ver con la influenza!". "Sí, por eso lo llevo, es impresionante, no?". Y eso que me faltaban las páginas centrales, que estaban con el pis del Botón...
Zas. Me empezó a conversar. Era agradable el gringo, pero a mí se me cerraban los ojos en su cara. Resulta que el tipo era un espécimen raro de la naturaleza: un gringo de izquierda. Hace unos años, cuando Bush salió elegido Presidente, se fue tres días después a Centroamérica, a comprar un campo para vivir lejos de ese dictador ultraconservador. Hoy tiene lo que él llama "una finquita" en Costa Rica, y una casa en Guatemala. En este viaje se trasladaba de su casa a su finquita, adonde iba a plantar árboles autóctonos, porque "en mayo empieza la temporada de la lluvia, mejor época para plantar arbolitos".
Era claramente un divorciado excéntrico, que conjugaba todos los verbos de su discurso en singular. Tenía unos amigos gringos que también viven en Costa Rica, y que son de izquierda, pero "hay pocos izquierdistos de verdad", así que ellos no le creían a él que el 11 de septiembre fue un auto-atentado de Bush. Eso los distanció.
Finalmente se produjo un silencio, y yo de un segundo al otro me había dormido. Profundamente. Me despertó el gringo que, con su largo cuerpo, pasaba por encima mío para asomarse por la ventana. "Creo que por acá está mi finquita". Ni siquiera estás seguro, ¿y querés que yo abra los ojos para mirar? Bueno, está bien. Ví la costa de Costa Rica, y adiviné por qué el nombre del país. Parecía un paraíso, lleno de vegetación, playas anchas y sol. El gringo nunca encontró su finquita, y concluyó que tendría que estudiar a fondo un mapa de la zona, para identificarla en su próximo vuelo. Ok, yo sigo durmiendo.
No. Él quería comentar el uso de las mascarillas, o "tapabocas" en México. Salió toda su mentalidad gringa y no-izquierdista, con la idea de que los mexicanos no aprovecharon bien la contingencia para sacarle partido, porque a las mascarillas le tendrían que haber impreso "Made in México", "Recuerdo de México", o mejor aún "Visite México". Bueno, humor negro para arrancarme una sonrisa.
Finalmente llegamos a la tierra de la "Pura Vida". Gracias a todos los cielos, María y Botón estaban como 12 filas más atrás que yo, por lo que pude salir del avión antes que ellos organizaran sus petates.
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