miércoles, 20 de mayo de 2009

La llegada (El Regreso X)

Jueves 30 de abril, 20:30 hrs. La Serena, Chile.

¿Creyeron que el relato del viaje había terminado? ¡No! Me faltaba la mejor parte: la llegada a MI casa! Tras 38 horas de traslado, al fin llegué. Bueno, mis huesos y su relleno llegaron. Mi mente nunca se había ido, mi corazón menos.

En el viaje en auto desde Santiago, paramos en una estación de servicio a comer algo caliente: fast food. Para bajar del auto y compartir un mismo ambiente con otra gente, me puse la mascarilla/tapaboca/barbijo. Todos me miraban, llamaba alevosamente la atención. Cuando fui al auto a buscar algo y volví, me crucé en la puerta con una pareja (hombre-mujer). El tipo me preguntó extrañado, señalándose la cara: "¿Usas eso por el asunto de la influenza?". Su tono revelaba una burla que intentaba disimularse. Pensaría "¡Qué ridícula esta mina!". Yo les dije tímidamente "Sí, lo que pasa es que vengo llegando de México..." Inmediatamente, los dos retrocedieron un paso, y me miraron con cara de horror. Y agregué "Yo estoy sana, pero lo hago por Ustedes, por prevención". El tipo me felicitó, y casi agradeciéndome, me dijo que era muy conciente. Responsable diría yo, pero bueno, todos tenemos la manía de hacerle honores al nunca mal ponderado Sigmund y sus teorías.

Sentí que esta nueva etapa, estando recién llegada en Chile, proveniente de México, podría ser muy divertida, sacándole provecho al uso de la mascarilla... pero tuve que reprimir mi instinto diverticuloso, siempre por lo mismo: responsabilidad. Ah, bendita adultez...

Después de comer, me acomodé semi-acostada en el asiento trasero, me despedí de mis queridas amigas, y dormí, dormí y dormí. No me enteré que pagaron peajes, hablaron por celular, bajaron a fumar. Cuando me desperté, estábamos a una hora de llegar. Viví la emoción de la llegada a Coquimbo de noche, en que después de cierta curva del camino, aparece de repente toda la bahía coquimbana con sus lucesitas... y allá atrás, la playa de La Serena, semi-circular. Un paisaje que sabe a retorno, a cansancio de viaje y a satisfacción por la llegada. Un paisaje que hace más de 10 años, siempre me recibe de mis viajes, en esta ciudad que he hecho mía.

Hogar dulce hogar. Inmediatamente, visita de una tercera amiga dispuesta a contagiarse, con tal de saludarme y recibirme. Estrenar los habanos costarricenses, resaborear el vino chileno. Llamada de un desconocido al celular: "¿Tú tienes mi maleta?". ¿Quéééé? "Es que yo tengo la tuya". Tenía ganas de decirle "no, yo conozco mi maleta, ¿cómo me iba a llevar la tuya, gil?". Pero una vez más primó la adulta que crece en mí. Le dí los teléfonos de reclamos de equipaje de la aerolínea, le expliqué todo el protocolo (ya soy experta), y en eso lo reconocí: ¡era el chileno que se creía neoyorquino! No podés! ¿No aprendiste nada en el primer mundo, querido? ¿Y no era que te ibas a quedar reclamando en el aeropuerto hasta que te dieran una indemnización? Noooo, te fuiste tan apurado que ni miraste la maleta, y te llevaste la mía!!!

Bueno, como presentí en mi primera escala en Guatemala, tardaría dos días en reunirme con mis pertenencias. Cuando finalmente recibí la maleta, mi pequeño candadito del locker de la sala de profesores del colegio no existía más: lo habían roto. En su lugar, había una tirita plástica. Revisando mis pertenencias, no podía creer al constatar lo que me faltaba: una botella de cerveza Corona!!!

Ustedes dirán: ¿para qué la trajiste, si en todos los países se venden? Yo les diré: me quedaban dos en mi refrigerador mexicano, me estaba yendo y era un pecado dejarlas, había lugar en la maleta y las guardé. Una estaba mejor escondida que la otra. No sé si se la quedó el chileno reclamador, o algún empleado de la compañía aérea. Pero bueno, que la disfruten. A mí me quedó la otra. ¿Vieron que tengo buena suerte?

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