sábado, 16 de mayo de 2009

Bienvenida de la burocracia chilena (El Regreso IX)

Los seres humanos somos muy básicos. Si nos satisfacen las necesidades primarias, nos olvidamos de todo. Así, los que en Mendoza reclamaban que la compañía debía compensarnos económicamente por el retraso y el percance, al comer y descansar un poco, se olvidaron de los ideales capitalistas de los derechos del consumidor y el ciudadano.

Antes de bajar del avión, ya en Santiago, se paró en medio de los asientos una enfervorizada pasajera, que casi gritando nos dijo que en el aeropuerto teníamos que manifestarnos y reclamar, “hacer oír nuestra voz”… que sería una vergüenza y tendríamos poca dignidad si no lo hacíamos, si dejábamos que una compañía aérea pensara que podía hacer lo que quería con nosotros… Varios manifestaron su acuerdo y aparentemente apoyaron la moción de que al bajar del avión nos reuniríamos para manifestarnos (frente a quién o para qué, nadie sabía, pero la idea rondaba entre el pedido de una indemnización y de una explicación, no quedaba del todo claro).

Pues lo que sucedió, fue el ser humano. El ser humano que al sentirse al fin en tierra chilena, comunicarse por celular con sus familiares y sentir la urgencia del pronto retorno al hogar… desapareció cada uno por su camino. Era de esperar. Yo hace tiempo que no creo en estos reclamos colectivos, donde nadie sabe quién lidera, para qué se hace, qué puede ganar cada uno, y sobre todo, a qué se arriesga. Todo queda siempre en la nada, porque nadie se compromete.

Mientras todos se metían en la fila para “chilenos” en Policía Internacional, y unos pocos honrados o tontos como yo, íbamos a la de extranjeros, el grupo se iba mezclando con los pasajeros de otros vuelos: de Brasil y de Francia, principalmente, que habían llegado a la misma hora. Obviamente la fila de chilenos avanzó mucho más rápidamente, y los avivados fueron enseguida a recoger su equipaje y desaparecer. Yo, que cargaba con María y con Botón, tuve que esperar a que ella hiciera todos los papeles de internación al país del animal, pagara en otra oficina los impuestos correspondientes por el ingreso del mismo, y completara su propia declaración de salud, que por tener pasaporte mexicano le hicieron llenar. A mí no, ya que con pasaporte argentino y pasaje desde Perú, no era sospechosa de porcina. Ironías de la burocracia.

Cuando al fin terminó su engorroso trámite, fuimos a recoger los equipajes. Yo mientras la esperaba, me imaginaba nuestras maletas girando y girando sin cesar por la cinta transportadora, únicas sin recoger aún. Cuando al fin llegamos al lugar, era peor: esa cinta ya traía maletas de otro vuelo, y las que quedaban del nuestro habían sido apartadas a un lado, y las custodiaba una empleada de la aerolínea. Entonces ¿adivinen qué? Por supuesto: faltaba mi maleta. La principal, porque la otra venía prácticamente vacía, para volver con cosas hacia México. Me llegó la vacía y no la llena. Le avisé a la empleada, casi resignada. Me querían entregar otra del mismo color, pero que claramente no era la mía. Fuimos a hacer los papeles de reclamo. María se desesperaba, sin poder creer que se perdiera el equipaje. No sabía de mi suerte habitual en este tipo de cosas. Yo le dije “tranquila, es la cuarta vez que me pasa esto, y siempre he recuperado la maleta”. Porque como dice chizz (lo estoy admitiendo al fin), yo tengo mala suerte, pero como digo yo (que lo reconozca chizz), en las cosas importantes no me pasa nada. O sea, pierdo las maletas, los vuelos, el pasaporte… pero todo lo recupero siempre -bueno, no siempre: de 8 veces que perdí el DNI, 3 no lo recuperé-. Por ejemplo: voy a estudiar a un país lejano, y antes de cumplir los 3 meses allí, se desata una epidemia de las más infecciosas de la historia, justo en ese país y en la ciudad donde vivo… pero yo salgo de allí sana y salva. Y así en todas las cosas. Soy una mujer muy afortunada en realidad.

Bueno, papeles de reclamo de por medio, nos fuimos. Pasamos por el control del Servicio Agrícola y Ganadero (SAG), de quienes tengo que avisarles desde ya a quienes vengan alguna vez a Chile: son insoportablemente estrictos y antipáticos. No te dejan entrar al país ni la flor que te dio tu admirador secreto antes de subir al avión, ni los porotos negros que trajiste de recuerdo desde Brasil para hacer una feijoada para tus amigos, ni la artesanía en madera del sur argentino que le dará un toque rústico a tu living, ni la semilla del árbol familiar que te dio tu madre para que tengas una réplica en tu jardín, ni la manzanita de la mochila por si te daba hambre en el viaje, nada. Yo tengo muchas historias con estos señores. Pero después de unas 35 veces de pasar por sus controles, aprendí y finalmente pasé esta vez, resultando ilesa. Histórico.

Pero María no. Resulta que en su declaración ella marcó “NO” en el ítem “Traigo productos animales y sus derivados”, y traía un perro vivo. Un escándalo le armaron, que casi la meten presa. Bueno, ¡a hacer todos los papeles! Vacunas, documento de identidad del perro, qué come, qué edad tiene, control parasitológico y la mar en coche. Después de que ella mostró todos los papeles que le pidieron, hasta la presentación por parte de su veterinaria que contaba cómo era la personalidad (¿?) del perro; no sabían cómo seguir jodiendo, porque sabe Dios que esos tipos buscan siempre la forma de joderte, y entonces empezaron a reclamar por la declaración “fraudulenta” que hizo María al poner NO en el ítem de los productos animales. Entonces yo, que estaba agotada y lo único que quería era salir, enfrenté al tipo y le dije “¿A Usted le parece que teniendo todos estos papeles y habiendo pagado los impuestos para traer al perro a Chile, ella querría ocultarlo en su declaración? ¿Y Usted, que es veterinario, nunca tuvo una mascota?”. “¿Qué tiene que ver eso?”. “Simple: si Usted supiera lo que se siente por una mascota, entendería que al leer “productos animales” nadie piensa en su mascota, porque no es un producto, ¡es tu mascota! Ella no quiso mentir en la declaración, simplemente no entendió a qué se referían Ustedes con ese formulario”.

Bueno, pasamos finalmente el control y salimos al hall donde nos esperaban, hacía mil horas, nuestros seres queridos. A ella su pobre hija con una amiga, a mí dos amigas de fierro que habían hecho 500 km en auto, y habían pasado la noche en vela, muertas de frío, para recibirme y llevarme a mi casita.


Tranquilidad. Descanso. Sacarme por fin, después de 32 horas, la mascarilla. Y recibir llamadas telefónicas de otras amigas, emocionadas por mi llegada. Felicidad. Sentirme protegida, en tierra conocida. Rodeada de amor.

2 comentarios:

Walter Albrecht dijo...

jijiji... vaya que si te tocan aventuras... algo cansadoras.. pero en fin... jijiji

Y sip, así que los de SAG son estrictos??... pero hay algunos o habían que eran buena gente (eso no le quita lo estricto) como mi papá... el era de SAG...

Bueno madrinita, le dejo mis saludos y mis bendiciones desde COlombia

Idealista Irredimible dijo...

Ahijadito querido:
Tu papá era un pan de Dios, y para mí un amigo... pero él no se dedicaba a joder a los turistas a su llegada a Chile, hacía cosas más importantes dentro del SAG! Así que todo lo que dije acá no aplica para él.
Gracias por tus saludos colombianos, a ver cuándo mis vuelos pasan por Bogotá, así nos vemos aunque sea un rato... Un abrazo!